Ciencias Biológicas

Centollas en el acuario: cuando cultivar es poblar


Científicos del CADIC-CONICET desarrollan técnicas de cultivo masivo de larvas de centolla para recuperar la población en las aguas del Canal Beagle

La sobrepesca de la centolla (Lihtodes santolla) en la zona del Canal Beagle produjo un deterioro en la población de esta especie que llevó a sostener, en las últimas dos décadas, vedas temporales y espaciales para regular su captura. A partir del diagnóstico de que estas normativas no resultaron suficientes, un equipo de investigadores del Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC, CONICET) apuesta a desarrollar el cultivo de larvas de centollas para repoblar el mar con nuevos individuos.

“Actualmente tenemos un proyecto para desarrollar la ingeniería del cultivo masivo de larvas a escala piloto. Hasta el momento trabajamos a nivel experimental y los resultados que obtuvimos nos motivaron a llevarlo a una escala productiva. Pensamos en producir alrededor de 50 mil individuos por período reproductivo, detalla Federico Tapella, investigador adjunto del CONICET en el Laboratorio de Biología de Crustáceos del CADIC.

El cautiverio como herramienta para aumentar la supervivencia de las larvas
Se estima que una centolla macho alcanza la talla legal -doce centímetros de largo de caparazón- para ser extraída del mar y comercializada, entre los ocho y los diez años. Por norma, los machos de menor tamaño y todas las hembras debieran ser devueltos si caen en una trampa pesquera.

“El crecimiento de la centolla es muy lento por lo que se desestima, por el momento, su producción acuícola como se hace con las truchas, porque resultaría muy costoso. El cultivo para repoblamiento implica una devolución de los individuos al mar en los períodos juveniles, con la expectativa de que luego, en su hábitat natural, lleguen a convertirse en adultos aptos para la reproducción y el comercio”, explica Tapella.

El desarrollo larval de las centollas hasta alcanzar el primer juvenil se prolonga durante aproximadamente sesenta días y atraviesa cuatro estadíos. Aunque no hay datos específicos sobre la centolla, se estima que la tasa de mortalidad de otros crustáceos durante esta fase es de aproximadamente el 90 por ciento. Los científicos aspiran a que tener las larvas en un ambiente controlado permita que la supervivencia a la fase juvenil sea considerablemente mayor.

“Nosotros traemos hembras adultas con huevos al acuario justo antes de la eclosión de las larvas, lo que ocurre entre agosto y septiembre de cada año. Durante este período ponemos a prueba diferentes técnicas de manutención de esas larvas para maximizar su supervivencia. El cultivo a nivel experimental ya lo venimos practicando hace varios años y pudimos lograr supervivencias interesantes, del orden del cuarenta al cincuenta por ciento hasta llegar el primer cangrejo”, cuenta Paula Sotelano, investigadora asistente del CONICET en el Laboratorio de Biología de Crustáceos del CADIC.

En cautiverio, la mortalidad temprana se reduciría no sólo por la ausencia de posibles depredadores sino también porque las condiciones para el desarrollo de las larvas se mantendrían más constantes. Es posible controlar, por ejemplo, los parámetros físico-químicos del agua así como la cantidad de luz y así optimizar las condiciones para la supervivencia.

En búsqueda del ambiente
“Otra cosa que queremos evaluar es cuál sería el momento óptimo para devolver las centollas al mar, si durante el cuarto y último período larval o el primer cangrejo. Esto siempre hay que considerarlo en la relación costo-beneficio, porque la idea es transferir el conocimiento generado al administrador del recurso, que es el gobierno provincial, para que lo puedan aplicar. De nada serviría tener experiencias exitosas de supervivencia a nivel laboratorio si su costo económico resulta mayor al de la rentabilidad de la centolla”, clarifica el investigador.

Aunque hasta el momento no se ha hecho repoblamiento –es decir, no se han devuelto individuos juveniles al mar- está planteado hacerlo en una de las etapas del proyecto vigente actualmente.

“En función del momento de devolución de las centollas al mar una vez culminado el proceso del cultivo realizamos diversas experiencias, tanto en el acuario como en el mar, para evaluar en qué ambiente resultaría conveniente hacerlo para lograr mayor supervivencia. Los animales suelen seleccionar los ambientes más propicios para su desarrollo, en función de la protección y provisión de alimento, denominados hábitat de reclutamiento. Lo que buscamos es reconocer estos ambientes y poder entender cómo funcionan”, cuenta Tapella.

Con este objetivo, los investigadores realizan mediciones en el océano para poder identificar los sustratos de reclutamiento y analizar sus características y, además, generan en el laboratorio experiencias en las que ofrecen a las larvas de centolla diferentes ambientes –más rocosos, más blandos, con menor o mayor protección, de diferentes colores- para ver cuál seleccionan.

“También buscamos entender cómo funcionan en los diversos sustratos las interacciones que implican mortalidad, como el canibalismo. Para eso, por ejemplo, colocamos en un mismo espacio juveniles de diferentes edades y observamos qué ocurre. Esta información es importante porque nos permite entender que puede suceder con los animales cuando son liberados al mar en diferentes ambientes y estadíos”, acota Sotelano.

“El propósito detrás de todos estos experimentos es generar un paquete de conocimientos para trasladárselo al gobierno provincial y que luego sea éste el agente encargado del cultivo de las larvas y el repoblamiento en las aguas del Canal Beagle”, sintetiza Tapella.

El desarrollo a escala piloto de cultivo masivo de larvas se realiza con financiamiento del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación, en el marco de un Proyecto Federal de Innovación Productiva – Eslabonamientos Productivos Vinculados (PFIP – ESPRO), producto de un convenio entre el CONICET y el Gobierno de la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.

Fuente: Miguel Faigón. www.conicet.gob.ar