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DÍA MUNDIAL DE LOS HUMEDALES
Las turberas como factores claves en el devenir del calentamiento global
Investigadoras del CADIC repasan la importancia paleoambiental y ecológica de estos humedales y advierten sobre la relevancia de su conservación.
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El 2 de febrero se celebra cada año el Día Mundial de los Humedales, en conmemoración a la convención Ramsar, firmada en 1971 con el fin de promover la conservación y el uso racional de estos ecosistemas. Los humedales son áreas inundadas o con suelo saturado con agua, de manera permanente o estacional, y se distinguen por la presencia de plantas y animales adaptados a las condiciones de inundación o de alternancia de períodos de anegamiento y sequía.
La relevancia ecológica de estos ecosistemas radica en la gran diversidad biológica que albergan y en los diferentes servicios que brindan como reguladores del cambio climático, generadores de recursos hídricos para abastecimiento de agua dulce y zonas de uso para diversas actividades económicas.
Los humedales, a nivel mundial, cubren aproximadamente 12 millones de km2 -poco más que Argentina, Brasil y Chile juntos-. Sin embargo, se estima que esta extensión representa sólo dos tercios de la superficie que cubrían en 1970 y su reducción se relaciona principalmente con cambios en el uso del suelo, alteraciones en cursos de agua, actividades extractivas, contaminación, introducción de especies exóticas invasoras y el cambio climático. Lógicamente esta pérdida acarrea consecuencias negativas para la naturaleza y los seres humanos, por lo que su conservación y recuperación es de especial importancia.
Humedales en Tierra del Fuego
Las turberas son un tipo de humedal, compuesto por musgos o por plantas vasculares. A pesar de ser un ecosistema muy poco frecuente en Argentina, son los humedales más característicos en Tierra del Fuego, donde, de hecho, se concentra el 95 por ciento del total a nivel nacional. Su particularidad radica en que superficialmente forman ecosistemas ligados a la abundancia de agua pero hacia su interior acumulan in situ y preservan depósitos de materia orgánica humificada, llamada turba.
Las turberas son escenarios sumamente frágiles y, además de otorgar características paisajísticas peculiares y ser el marco de actividades recreativas y turísticas, un recurso natural de apreciable peso económico. “Ciertos usos de las turberas, como los relacionados con la recreación y el turismo, permiten conservar su valor ambiental si se las maneja adecuadamente. En cambio, los usos basados en la extracción de turba para el mejoramiento de suelos requieren el drenaje del humedal, lo que implica la pérdida definitiva de sus servicios ecosistémicos”, asegura Andrea Coronato, investigadora del CONICET en el laboratorio de Geomorfología y Cuaternario del Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC, CONICET).
¿Cómo se formaron las turberas? Tierra del Fuego estuvo cubierta por glaciares hasta hace 18 mil años aproximadamente. “A partir de ese momento, el derretimiento de los glaciares, fue dando lugar a diferentes tipos de cuerpos de agua, formaciones, relieves y ecosistemas. A medida que los hielos retrocedían, la vegetación iba ganando lugar a las áreas prístinas y también al agua de fusión glacial que se acumulaba en las depresiones excavadas por los glaciares. Las bajas temperaturas, la falta de oxígeno y nutrientes y la variación del nivel de agua subsuperficial reducen la actividad de los microorganismos encargados de descomponer la materia orgánica resultante de la vegetación que va muriendo y se acumula en espesores que varían entre uno y diez metros. La superficie de esta acumulación está formada por vegetación viva, fotosintética, y es la generadora de turba, donde se desarrollan diversos organismos, como invertebrados, algas microscópicas, musgos, arbustos y hongos”, explica Coronato.
Los servicios ecosistémicos de las turberas se asocian a la conservación de la biodiversidad y al almacenamiento y regulación de aguas superficiales y subsuperficiales. “Por otra parte, en relación a la mitigación del calentamiento global, representan sumideros de carbono atmosférico -uno de los principales gases de efecto invernadero-, debido a la capacidad que poseen para fijar y almacenar este elemento en forma de biomasa vegetal, gracias al crecimiento de las plantas y a la lenta descomposición de la materia orgánica que allí tienen lugar. Sin embargo, dependiendo del nivel de anegamiento también pueden resultar en emisores de metano, que tiene un potencial efecto invernadero mucho mayor que el dióxido de carbono”, explica Verónica Pancotto, investigadora del CONICET en el CADIC, que estudia los flujos de carbono y los ciclos biogeoquímicos en ecosistemas de Tierra del Fuego.
Además, el propio equilibrio entre emisión y secuestro de carbono dentro de las turberas -dado por procesos de respiración, descomposición y asimilación, entre otros- “es vulnerable al cambio climático global, ya que aumentos de la temperatura, de la deposición de nitrógeno, u otros cambios climáticos pueden alterar el ecosistema y disminuir la capacidad de almacenamiento de carbono y aumentar la descomposición de la materia orgánica del suelo. Esto tiene un efecto acumulativo sobre las contribuciones de dióxido de carbono hacia la atmósfera, aumentando, por lo tanto, el efecto invernadero general”, describe Pancotto. Esta fragilidad del ecosistema en relación a los cambios de temperatura se pueden apreciar también en las variaciones estacionales. En este sentido, el Grupo de Ecología Terrestre del CADIC, que integra Verónica Pancotto, junto a colegas internacionales, estudió dos tipos de turberas y encontró que las compactas, dominadas por plantas vasculares, secuestran mayor cantidad de carbono respecto de las dominadas por el musgo Sphagnum.
Por otro, observaron que si bien la asimilación de este gas de efecto invernadero se da a lo largo de todo el año en ambos tipos de turberas, la relación entre la fijación y la emisión va cambiando a lo largo del mismo. “Una particularidad es que si bien ambas turberas son sumideros netos de carbono a lo largo del año, observamos que dicha función en las compactas de Astelia sp. comienza a ser más marcada en primavera, mientras que en las dominadas por el musgo Sphagnum se da recién en verano”, comenta Pancotto.
“Entre los efectos del cambio climático en las turberas, observamos que aumentos de temperatura influyen negativamente en la fijación de carbono en las turberas compactas. Por su parte, el aumento de nutrientes estimula el crecimiento del Sphagnum inicialmente, pero a corto plazo genera cambios morfológicos que derivan en el aumento a la susceptibilidad a la desecación del musgo, resultando en un impacto negativo en el ecosistema”, agrega la investigadora.
“Otros estudios realizados señalan que el aumento de la radiación solar ultravioleta-B reduce el crecimiento, modifica la morfología y la densidad del musgo Sphagnum; disminuye el crecimiento de plantas vasculares y altera la comunidad de microhongos y microfauna asociados”, asegura Pancotto. “Estos estudios son aportes importantes que evidencian los efectos del cambio climático actual sobre las turberas fueguinas, ya que constituyen un escenario único de estudio para evaluar los impactos naturales en un ecosistema donde, dada su ubicación geográfica, los efectos antrópicos son mínimos”, agrega la investigadora.
Finalmente, las turberas son importantes archivos climáticos que permiten conocer cómo era el ambiente en épocas para las que no se tienen registros instrumentales. “Los cambios de las comunidades vegetales a lo largo del tiempo son una respuesta a las variaciones climáticas y ambientales. Por lo tanto, la reconstrucción de las comunidades vegetales pasadas a partir de registros obtenidos en turberas conduce a conocer las modificaciones de los ecosistemas durante los últimos 15 mil años, del clima y la historia del cambio climático global natural, para así poder comparar esos datos con la situación actual. Por ejemplo, en el caso de Tierra del Fuego, el estudio paleoambiental de las turberas, llevado a cabo en el Laboratorio de Geología del Cuaternario y Geomorfología del CADIC con el aporte de colegas investigadores de instituciones nacionales e internacionales, permitió establecer cuándo ocurrió el fin de la era glacial, la instalación definitiva del bosque hacia 5000 años antes del presente, y la ocurrencia de fenómenos tales como la llegada de cenizas volcánicas desde los Andes Patagónicos o la presencia de polvo atmosférico que degradaba la calidad del aire. Sin duda alguna, las turberas son cruciales para el conocimiento de la bio y geodiversidad”, concluye Coronato.
Por Mariela López Cordero - CADIC